20 de diciembre de 2018

La bitácora...


Me cautivaban las historias que allí leía. Cada mañana, al levantarme, entraba en aquel blog y, mientras desayunaba, me extasiaba leyendo las letras en prosa o verso que su autor editaba. Siempre a las cuatro de la madrugada y diariamente.
Leía lo último y, si iba bien de tiempo, ahondaba hasta el fondo buscando viejos poemas, que no por releídos, disminuían su perfección.
Como digo, era aquélla una bitácora de gran calidad literaria, que me inspiraba, motivaba y entusiasmaba.  Pero un día, cuando me dispuse a opinar sobre unos versos extremadamente buenos, de ésos que te tocan los centros y te traspasan hasta la entraña, surgió una ventana emergente, exigiéndome demostrar que yo no era una humana y me conminaba a transcribir unos signos poco inspiradores y aún menos literarios. Mi ojos cansados casi se apagan ante algo tan inteligible, que hasta los dedos se anquilosaron sobre las teclas, cuando se vieron forzados a escribir aquella “dichosa” palabreja antispam.
Ha pasado un tiempo y aún me siento ofendida de que se dudase así de mi índole robótica.

 ©Trini Reina
mayo de 2013

Imagen tomada de la red

 

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