No llevadme flores
cuando haya dejado de oír el susurro del viento rolando en la madrugada
o cuando mis oídos se vuelvan sordos al jovial repiqueteo de la lluvia tras los cristales de mi ventana.
No llevadme flores
cuando mis ojos dejen de admirar ocasos y auroras,
ni cuando mi mirada olvide perfilarse de rimel y sombras.
No llevadme flores
cuando mi olfato se niegue al aroma de mi perfume más preciado,
ni cuando mi nariz rechace la fragancia que emiten, en primavera, los jardines polinizados.
No llevadme flores
cuando mi lengua deje de paladear las golosinas y los alimentos,
ni cuando mis labios, a fuerza de helados, se revuelvan contra el fuego de añorados besos.
No llevadme flores
cuando mis manos derrochen vacíos,
ni cuando en mi cuerpo la piel permanezca inmune a la más efímera muestra de cariño.
Porque ¿para qué quiero flores entonces?
Es ahora cuando las necesito.
Ramilletes de besos,
bouquet de caricias,
racimos de dulces palabras,
jarrones de amor y delicias.
©Trini Reina
01/11/2006
Nota de la autora:
Este poema lo escribí hace algo más de dos años, hoy lo he sacado del cofre de los recuerdos, y tras hacerle unos arreglos, lo vuelvo a editar, precisamente en esta jornada 1 de Noviembre, en que se acostumbra llevar flores a los camposantos para recordar a los difuntos.