A cada pregunta o palabra que le hacía, ladraba.
Sus ladridos alternos la enojaban y, aun así, proseguía la charla: que si esto o aquello, que si tanto o cuanto, que si qué lejos, qué calor, qué gentío, qué nubes... Alzaba la voz interrogadora o le susurraba melosa. Era como un reto, un darse contra el muro. Malgastando sonrisa y paciencia insistía. Y, por respuesta, ladraba.
Al cruzar la esquina tomó la decisión: a partir de mañana dejaría al marido en casa y saldría a pasear con Taby.
©Trini Reina
Octubre de 2013
Obra de Pierre Auguste Renoir
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