Imagen de la red
Franqueado por cristales, el corredor se antoja inacabable. Entre ellos, que por él caminan, el silencio es un grito que segundo a segundo se agiganta. Pesan las manos, evadiendo el rozarse y un telón intangible les sujeta la mirada. Un aura los precede y el sol riega de amarillo el escenario. Al unísono se detienen, y ella, con parsimonia, descansa sus dedos en la ventana que de luz quema. Suspira y el sonido afila la hoja de la renuncia. Él descubre y mide ese ruego sin palabras y, concediendo a sus dedos una libertad de la que la voz carece, sobre los de ella los recuesta.
La luz revierte en sombras que maculan la estancia. Suspendidos en el adiós, ninguno de los dos se percata.
©Trini Reina
Mayo 2010
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