Sangre, sangre.
Sangre que diluyéndose expira.
Sin ella
eres caparazón prescrito,
cadáver en pos del último abismo.
En su vertiente, ayer, residía el fuego.
Ella te sustentaba.
Te sustentaba, cuerpo que no te reconoces.
Tu sangre
-amapola que se ennegrece en el cauce-
ahora es el vehículo para destruirte
y abonará la fosa que te aguarda
desde el instante embrionario
de su primera travesía.
© Trini Reina
febrero 2012
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