En
esta tarde sabatina y ancha paso las horas leyendo a poetas casi desconocidos, y en cada verso se
acrecienta en mí la tristeza al percibir tanta belleza relegada.
En
la calma profunda donde me hallo, de repente algo me sobresalta. Es un cohete
que estalla y rompe el hilo del penúltimo poema.
Vuelvo mis ojos a la transparencia de la ventana y
percibo cómo el aire es caricia brusca sobre las ramas que oscilan alocadas en
el jardín de enfrente, mientras el sol va plegando sus cabos amarillos.
El
tiempo de las afueras parece desapacible; cosas de la primavera que, a veces,
se deleita jugando a ser otoño. Los sonidos de la calle traspasan los cristales: el constante rachear del tráfico,
las altas risas adolescentes, el murmullo del partido en el patio cercano,
algún pájaro arribando al nido, más cohetes…
Dice
el reloj que son las siete y la luz rojiza del cielo lo certifica.
Una
motocicleta acelera al sobrepasar la
rotonda y, a su paso estruendoso, el
silencio decide acentuarse.
Entonces,
regreso a mis libros y, mientras sus obras leo, libero a estos poetas del
parcial olvido.
©Trini
Reina/Marzo 2011
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