29 de septiembre de 2011

Vehemencia

Imagen tomada de la red

Para que la mirase, se vistió de luna y, en la noche más despejada, se colgó del cielo. Pero él, rendido de indiferencia, se quedó dormido. Y se agotó la madrugada, y se apagó la luna...

Para que la oyese, se hizo guitarra y, al son del amor que abrigaba, libertó sus cuerdas. Mas él, inertes los sentidos, no percibió el embrujo de aquella sinfonía, ni se conmovió ante la espiritualidad de sus clamores.

Se alió con los jazmines, cabrioleó entré claveles, se impregnó el cabello de azahares y bailó, cual gitana poseída, en sus alrededores para que la fragancia a mujer enamorada lo alcanzara. Mas él continuó su camino sin reparar en aquel jardín que se le prometía.

Y ambicionó ser agua, manar desde una fuente infinita hasta su boca, hidratar de ternura sus labios. O, como lluvia, derivarse de las nubes y humedecer sus desolaciones y principiar, en alma yerma, el florecer de la alegría.

Y en tal locura, juró pleitesía al viento, implorándole que hasta él la allegara e, invisible, reposar las manos, heridas de soledad, en aquél rostro que tanto amaba. Ser tenue caricia o fuego para su gozo. Mas él, escarcha en la sangre, témpano por corazón, nunca comprendió nada.

Y se agotó la madrugada y se apagó la luna. Y una gran pasión yace, dispersadas cenizas, en un mar de estrellas...

®Trini Reina
24 de julio de 2008

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