Trae la noche ingrávida
saetas en su pecho aleve,
cinco heridas inconcretas
cruzan sus páramos celestes.
Tiene hielo en las pupilas,
y en el talle, de este a oeste,
ramas álgidas de yedra
y un cuchillo de hiel caliente.
Los lobos de la distancia,
oscuras sentencias turgentes,
trepan el monte cetrino
del plenilunio irreverente.
Esta noche equivocada
lleva una pena entre los dientes,
lazos de agua en el cabello
y alacranes en el vientre.
Se acuesta la madrugada
en la espesura prepotente.
El silencio devora auroras,
y el aire, clamor de muerte.
Obra de Isabel Navarro Verdú
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