Se vierte la luna
en los alcores de la dicha
y el alma resbala
por las puntas de la tarde
una silueta se diluye
en el aire de las campanas.
Perros alucinados muerden
las sandalias del infinito.
Y aguas cautivas encharcan
de contra azules
los arrabales de la muerte.
Caóticas sierpes se encumbran,
como halos desangrados,
al oeste de lo ineludible.
Y en el circo de las venas
retumba la trágica serenata
de los grillos del pulso.
Obra de Isabel Navarro Verdú
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