Fui huésped de los idus de Babia
—O, ¿era de los idos?—.
Lo recuerdo por el aura de su geografía,
porque el infortunio carecía de guiones ,
porque ignoraban relojes y cenizas,
y omitían convicciones, condiciones y colaciones.
Lo recuerdo porque el paisaje
enarbolaba las cintas de la alegría ,
porque el desaliento derrotas barbotaba,
y en los tréboles cuatro hojas confluían.
Por la forma en luna de sus ventanas
corolarios de venturas y utopías.
Lo recuerdo por la paz y su gallardía,
porque la herida yacía junto a la soledumbre,
porque la tristeza no dañaba ni en solana ni en umbría.
Por la impericia de piedras, sables y traiciones,
porque en las tardes de domingo los lunares florecían ,
y las vísperas carecían de incertidumbres
y en el verbo campeaba la enjundia.
Allí estaba yo, transeúnte alunado y desconocido.
Yo que fui vida de los idus de Babia
—O, ¿era de los idos? —.
Pero me quebranté como prisma,
silueta frugal que en el éxodo se diluye,
humo zafral, vertiginoso sofisma,
bucle abisal que afluye, bulle y se concluye.
Junio de 2016
Obra de Clayton J. Beck III
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