A mi hermana Jesús
En noches de verano,
sobre paredes de cal iluminada,
disputan insectos y territorio
las salamanquesas.
Las tapias del patio aún arden,
saciadas de julio,
y los ladrillos del piso se enfrían
con agua del pozo.
En el centro,
buscando frescor,
las sillas de enea
y la mecedora de la abuela.
Al fondo,
donde la luz de la bombilla
casi no alcanza,
un jazmín emblanquece.
La abuela, como cada noche,
ofrece a la niña un canastito breve
y le invita a recolectar jazmines,
que luego aromarán su alcoba.
Elevando sus delgados brazos,
la niña alcanza flores a su altura
y va llenando el cestillo mientras aspira su olor.
De repente,
sus ojos se topan con dos ojos
tan redondos como extraños.
Al aire voz, canasta y flores.
Grita la niña por la sorpresa
y desarmando la escena corre,
buscando el amparo de su madre.
Mientras, mimetizado entre las hojas,
acaso, aún más aterrorizado,
ni siquiera se estremece,
el camaleón fugado.
©Trini Reina
22 de febrero 2012
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