El jardín es una pausa en la vorágine de la ciudad.
Recinto orgulloso de fronda y luz entre murallas,
refugio para el alivio de mi angustia y su dureza.
Los pájaros con sus piares apagan la voz del tráfico
y una brisa animosa interpreta una canción de luto
por las hojas que mueren.
Un puentecillo inútil y huérfano de agua es acuarela
que serena el bullicio de mi alma,
y la fiesta de los lirios,
y la fiebre de la lantana,
y la marea lila del espliego,
y el ascua del otoño desbordado.
Desbordado como este abandono que me puebla
desde el instante de tu ida.
El cielo es rectángulo que a nubes se apenumbra.
Una llovizna displicente se libera para mi asombro.
Las jacarandas derraman lágrimas azules.
Despacio, tal como llegué, abandono el jardín,
anhelando la resurrección del día y sus sombras,
mientras digo adiós
a la impávida blancura y mármol
de un Cupido solitario…
solitario como yo.
©Trini Reina
Octubre de 2016
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