y el cristal le devuelve
una mueca y un diente menos.
Modula la voz, habla, y
el azogue le ofrenda un aullido.
Con denuedo, juega a
maquillar la ira de sus ojeras.
Por el ventanuco se
cuela un haz de luna
-tan leve como roce de
algas-
que choca contra el espejo
y se asusta y se oculta y
se desmaya…
La estancia se torna
gótica negrura, ahumadas telarañas.
Altanera, se mira y acicala:
pelo disperso y
blanquecino,
nariz enrojecida,
frente arqueada,
aviesos ojos,
mejillas prominentes,
crudeza en su boca,
fiereza en las manos,
lunares imprecisos.
Acrecida, ríe, ríe, ríe
a roncas carcajadas.
El espejo irradia el
rostro de la maldad…
La maldad que festeja siglos;
la maldad que no
descansa.
©Trini
Reina/noviembre 2016
Imagen de la red
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