A veces, sin previo aviso, de repente, un aluvión de
bienestar, una riada de gratitud a la vida, me colma el espíritu. Es una
sensación tan extraña, tan hondamente jubilosa, que su furia me comprime el
pecho, como si fuese un acordeón por una mano invisible acariciado.
A la garganta confluye una ola de dicha y muerdo mis labios
para no gritar a los cuatro vientos la felicidad que me posee en ese instante
esplendoroso, pues el mundo pensaría que, definitivamente, perdí la cordura. De
los ojos escapan unas lágrimas, tan de goce que más parece la carcajada muda de
los sentidos. Confieso que ese estado es tan íntimo e intenso como efímero. Mas,
cuando a mi organismo lo inunda tal oleada, me queda en el cuerpo un regusto a
gloria que suaviza mis músculos y nervios, que empapa de energía mis huesos y órganos,
que arrulla a mi alma y la serenidad le confiere…
Obra de Alexandra Nedzvetskaya
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