25 de agosto de 2018

Los años y la ventana


No sé cuántos años llevo aquí
entre estos sesenta metros
de tabiques y frío.
A duras penas subí la escalera
y, desde entonces,
no he vuelto a pisar la calle.

Alguna vez,
temerosa,
descorro los visillos
y me asomo a la ventana,
pero siento vértigo;
no sé si de la luz desnuda
o de la altura.

Ignoro de qué me culpan,
ni qué falta cometí,
pero debió ser imperdonable
a juzgar por sus reniegos.
Las palabras sin cariño de mi nieta,
las ofensas de esa mujer abrupta,
que más que poner el plato sobre la mesa
me lo arroja,
los menosprecios del hijo
por el que tanto me desviví…

¡Siéntate! ¡Quédate ahí! ¡Traga! ¡Calla! ¡Dónde vas!

¡Cómo si pudiese ir a algún sitio…!
Os confieso
que siempre que me asomo a la ventana,
reclamo a la muerte.
Exprimo la voluntad que me resta
en convocarla,
pero ni siquiera ella tiene piedad de mí,
y hace su ronda diaria,
 y declina bendecirme con su suerte.

Aunque, a decir verdad,
no sé si ya estoy muerta
y esto que, con aflicción transito,
es aquello con lo que solían atemorizarme en la niñez:
el infierno.
©Trini Reina/31 de enero de 2013

Obra de Caspar David Friedrich

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