Fue afortunada. El día que le dejó marchar, llovía…Ni pájaros ni flores pudieron dar testimonio de aquel agudo duelo. La lluvia, dando la mano al viento, arrastró hojas y lágrimas, borrando cualquier vestigio del sacrificio. Cuando el sol, cegado de impaciencia, dispersó las nubes de tormenta, el alma se había tragado hasta la última partícula de amargura. Sin misericordia, continuaron danzando los días… Mas todavía, en las grises tardes de lluvia, un alma atormentada solloza, penando su dolor, velada entre las sombras.
©Trini Reina
14/07/2006
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