La tarde de un febrero alocado.
Alocado como los pájaros que huyen
de este yo que pasa
sin reparar en ellos ni en el aire.
Vagan mis pasos sin rumbo
por esta llanura innominable.
Las saetas del momento se alargan
ante las sombras que me baten.
¿Cuánto daría el alma mía
por confundirse con la tarde?
¡Quisiera despertar a los pájaros!
¡Que canten, que canten, que canten!
Pero de súbito llega la noche
con sus jirones azabaches.
Y mi soledad se engrandece.
Se engrandece y me arde.
Ya no habrá refugio ni pájaros
para este extinguirse infame.
©Trini Reina
Febrero 2013
Obra de William Cahill
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