Te recuerdo
adscrita al verano,
con todo su azul en tu boca
y hojas de sol en la sonrisa.
Traías en las manos espigas,
de pródigas cosechas ignoradas,
y el trigo derramado en las pupilas.
La soledad fue tu fuente,
tu causa,
tu bahía;
tu velamen fugitivo;
mi delirio…
De vez en cuando
cerrabas los ojos
y una tristeza lunar te delataba.
Luego agitabas las olas de tus sienes
y de cerca de la pena regresabas
- preñada, multiplicada, desvestida-
para verter en mi falda
ramas vírgenes de espliego.
No volveré a cruzar un estío
sin llevar tus enigmas azules
en las alas conmovidas
de mis palabras.
Obra de Jean Peské
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