Desde el balcón donde encierra su vida, el chucho del cuarto Derecha, comparte fiereza y ladrido con el Pequinés del edificio de enfrente. Hay un guirigay insoportable en la calle a pesar de la hora.
Algunos niños corren por la plazoleta dándose gritos, motivo que acentúa el entusiasmo de los canes.
Los papás de los chiquillos charlan y alternan y beben cerveza en uno de los bares del barrio. Aprovechan que es viernes y verano y junio. Los niños suman vacaciones al fin de semana y los padres se despreocupan del lunes que llegará, de ellos, y de la semana que concluyó, sin solera ni encanto, en las gradas del calendario.
Mientras, leo, o lo intento, poemas de Joan Margarit.
Continúan los niños jugando, corriendo y a gritos por las revueltas con eco de los soportales. De vez en cuando uno atrapa a otro, y la algarabía, las risas y alguna que otra palabrota, intensifican los decibelios. Los perros no cesan en sus airados gruñidos.
De fondo, un bebé inaugura lágrimas y, a berridos se queja del ruido o de hambre o por costumbre.
Intento, impasible, seguir leyendo a Margarit, pero los párpados se me desploman, azuzados por lo intenso del día y el Valium. Sobre mis ojos se vierte la miel ácida de la fatiga.
El triángulo de neón de mi reloj dice que son las doce y cuarenta y tres de la noche. Yo digo de la madrugada.
El aire que entra por la ventana es templado y sonoroso y veraniego. Los ladridos van amainando, las voces de los niños se alejan, abandono sobre la mesilla a Margarit, y apago la lamparilla.
Un mosquito inicia su travesía de sur a norte de mi cama…
©Trini Reina/Junio 2016
Obrade Andrew Talbot
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