Salió de casa,
bajó la escalera,
cerró la verja del zaguán,
caminó como quien no sabe destino,
la cabeza gacha,
rehuyendo gentes,
y saludos,
y mendigos,
y pájaros.
Salvó la primera esquina,
la segunda,
la tercera,
llegó a la avenida,
paró junto al semáforo,
cruzó,
vio la casa que buscaba,
posó los ojos en el jardincillo,
dominado por asoladas plantas
y tiestos herrumbrados.
Pulsó el timbre
con nerviosa delicadeza,
el sonido rodó y rebotó
contra el silencio,
quebrando telarañas,
rasgando vacíos.
Eco categórico
sentencia irrebatible.
Nadie atendió.
La ausencia no encontró la llave
que bien guardó la muerte.
©Trini Reina
Septiembre 2016
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