a surtidores silenciados,
a violetas de antes,
a raíces que duermen.
Tras la alameda en sombra,
sobre la glorieta emblanquecida,
dos figuras se entrelazan
y la caricia (ajena)
enlentece mi sangre.
Desciendo los peldaños de musgo.
Todo se hace irreal,
como el dominio que me atrae
a esta umbría sin futuro,
sin génesis,
sin orillas...
Una hoja cae y se desliza
y confunde en los vuelos de mi
falda.
Apenas sin aire me extraigo del
ensueño.
Alguien me llama.
Ordeno al llanto morir en las
entrañas.
Abro los ojos y regreso.
Octubre ha vuelto a hurgar
en el hueco de mi pecho.
Obra de Bernardino De Pantorba
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