dos
cafés
y
media migraña.
Cantares propios,
heridas
intrusas
y
penas relegadas.
Yerba,
colada y cera,
y
presteza a las sombras
reglamentarias.
Rencores
al reloj,
por
su premura fatua.
La
lluvia persiste
calcando
sonajas.
Neblinas
en la vajilla,
cendales
en las enaguas.
La
lavadora, que ronronea,
huérfana
de pausas
y
el plomo de los deberes,
incrustando
sus lanzas.
Muda
la tele y a su aire,
el
teléfono, cimbrando a sus anchas,
la
cartera en ristre, y tan triste
como
un cañaveral sin cañas.
La
nevera crea ambiente
y
triplica vacíos y escarcha.
Dos
cafés
y
tres horas
lejos
de las sábanas.
El
día hace voto de largura
y
el ser
-fragua
sin llama-.
se
salvaguarda
con
madurez trinitaria.
Tres
horas y dos cafés
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