Aquel día
se acobardaron las
nubes
y sus espirales de
silencio.
El sol desgajó
valladares
en el azabache de
las entrañas
y desheló la
cumbre de mis dobleces.
Desnudé matices
ignorados,
germiné cual
jazmín tempranero,
calciné de raíz
la soledad que me
poblaba.
A mí llegaste
con cadencias de
guitarra
por corona,
y en las manos,
ardido,
el oro que jamás
se quiebra
Y yo quedé,
de ti debilitada.
Y de mi esencia
huyó
-hasta morir-
el desamor que me
vistiera.
El amor tendió sus
estandartes
en las rocas del
alma
y, toda yo, me
hice orilla.
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