Sonreía, con esa sonrisa que antecede al llanto:
insondable, silente, íntima. Se mordió la lengua, y espantó a las lágrimas que
acechaban, ávidas por sazonar la pena… Se mantuvo inmóvil, a sotavento de las
embestidas que, desequilibrarla pretendían.
Sus oídos se negaron a descifrar sonidos. Sus ojos,
posados en la nada, miraban sin ver. Dejó arrastrar los minutos, simulando un
trance externo; mas, interiormente, exhortaba al espíritu a desdoblar las alas,
y éste, no la defraudó…
Y voló. Voló hacía esa isla que se alza en el estuario de
su clarividencia, donde ella, con la valija de sus sueños en una mano, y la
llave de la libertad en otra, de tarde en tarde arriba, y en la que sempiternamente
será, la única soberana…
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