Érase una vez un cuento minúsculo. Tan pequeñísimo
era, que fue devorado por las letras.
En cuanto el autor trazaba un signo sobre el
pergamino, ellas, voraces; así mismas se rumiaban y auto-engullían.
Por lo tanto fue un cuento tan nimio, tan
insignificante, que ni tan siquiera en él existió absolución para el punto
final.
©Trini Reina
mayo de 2005
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