El vaivén de las piernas
contra el malecón,
campanas del fastidio.
El bullicio de los chiquillos
en el patio
-¡qué ancho!-
compitiendo con la fiesta
de los jilgueros anidados en
las moreras,
la fuentecilla, empapada de
risas
y el sol, incisivo,
suspendido en el recreo,
volviéndolo tan largo...
Y la soledad, traspasando
aquella isla de sietes mayos,
que contaba los minutos
-para la conclusión-,
ajena a aquel océano diario,
meciendo su angustia
en el arrecife del malecón.
©Trini Reina/2010
Imagen tomada de la red
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