Imagen de la red
Y la herida consigue replegarte
hasta el interior profundo de tu morada,
a la bóveda glacial y lóbrega
donde jamás luce el sol,
ni asoma un rayito de cálida esperanza.
Te aíslas compungida, abatida, descorazonada,
lamiendo las punzantes sajaduras
que te desgarran el alma.
Nada consigue paliar el duelo,
ni siquiera el consuelo del odio fugaz.
¿Por qué? ¿Cómo odiar una porción de las entrañas?
Nadie puede mitigar el escozor
que pincha como cizaña.
Te sientes inerme, sumida en una pena extraña,
el más hostil de los latigazos te han infringido con saña.
Y no con azotes de nueve colas, sino con tóxicas palabras
que penetran en el corazón y, como virus, lo taladran,
dejándolo inválido hasta que la bondad innata
y el tiempo, que todo lo cura, de nuevo resanar lo hagan.
Con mil perdones y olvidos
y la buena voluntad del que, a pesar de todo, aún ama.
©Trini Reina
23/01/2005
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