Autor del grabado: Rembrandt
El otro era todo ternura, mimos, delicadeza. Lo acunaba como si demostrándole ese exceso de atención, ese desvivirse por él, fuese la idónea manera de que éste, al sentirse tan arropado y seguro, se quedase anclado por siempre a este, a veces, efímero monte, a pesar de los envites del viento que lo vapulearía.
Los dos, cada cual a su manera, ejercitaban la fiereza y la suavidad, a partes iguales, de que consta el amor.
Y él pensó que: “¡cómo defraudarlos!”, eso sería imperdonable por su parte, así que instó a sus raíces a penetrar más y más hondo en el bosque de la vida y agarrarse ferozmente a la tierra. Absorber toda la savia posible y saciar al espíritu y, fortalecido por el afecto y la tenacidad, luchar contra todos los elementos que en adelante viniesen, ya que tenía la seguridad de que viviría amparado por aquellos dos pilares que, bajo sus sombras inalterables, siempre lo acogerían...
©Trini Reina
13 de mayo de 2007