El caminante paladea la soledad,
dulce y extraña soledad.
Bajo un tremolar de pájaros,
por una senda de hierba
-espesa, lujuriosa, encendida-,
avanzan sus pasos sin cadenas.
Sólo él decreta la ruta.
Y, lejos de la prisa,
se deja tentar por el instante.
La brisa encandila a los chopos
que se alzan en la orilla
y el lento rumor del cauce
demarca la escena.
En los alrededores,
no hay sombra que compita
con su ensueño.
no hay dolor ni pereza ni nostalgia.
Sólo el gozo
inaudible, inasible e invisible,
le esponja los miembros.
Y en su interior
el espíritu tiembla de dicha.
©Trini Reina/14 de
marzo 2012
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