¿Quién descuidó la llama
de aquella pasión otrora inextinguible?
¿Quién dejó languidecer la hoguera?
¿Quién lanzó el primer puñado de nieve
a las ascuas que a morir se resistían?
¿Quién sopló las cenizas,
y las cedió al viento,
para que éste, ajeno al quebranto,
las entregase al ostracismo?
Ni tú ni yo somos culpables.
Ni tú ni yo verdugos fuimos.
Mas esa pasión que se sustentó del aire,
en el aire se ha perdido.
¿Será que todo fuego está condenado
a, por el fuego mismo, arder en el olvido?
Obra de Isabel Navarro Verdú
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