tú, a quien tanto amo.
Te bamboleas, mostrando tu insolente sonrisa de estrellas
y a mi corazón lo invade en hordas la angustia ciega.
Me obstino en ampararte con mi sombra,
Y, sublevada, con mis frágiles fuerzas pugno
por evitar lo irrevocable: tu destino.
Infatigables buitres te sobrevuelan.
Carroñeros que tú mismo atraes a tus aires.
De rocas hace tiempo se perfilan tus caminos
e, insurrecto, te niegas a esquivarlas.
Te deslizas presuroso hacia un mar de hostilidades,
sin calibrar el peligro de sus tortuosas orillas
y aún en tu delirio, ondeas ufanamente las banderas,
así la ola más fiera te avizore y trague.
Ya las palabras que ante ti esgrimí perdieron sustancia,
y mis armas -por siempre blancas- de estériles se oxidaron.
Y aquí estoy, impotente ante las tinieblas que te abarcan
y a las que, inconsciente y desnudo, codicias prodigarte.
Y sé, porque mi amor por ti es infinito,
que, incluso hasta esas tinieblas frente a las que
con tanta fe luché para evitarte,
me adentraré contigo...
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