La acera está sembrada de naranjos en flor. En la
esquina opuesta, un árbol, del que desconozco su especie, destaca por su
soledad. Es un árbol nuevo, de poca alzada, sus ramas refulgen, cuajadas de
yemas y hojas de un color verde joven. Está amaneciendo y la luz de la farola
aledaña se posa en su copa, dándole un toque esplendoroso, a pesar de su
pequeñez. Solo…
Un caracol de oronda y bruna concha,
escala lentamente una fachada encalada. En toda la nívea e inmensa pared, no
hay otro. Lánguidamente, se arrastra dejando el viso de su rastro en cada
milímetro avanzado, como una señal, por si acaso, algún hipotético hermano se
decide a imitarlo. Solo…
Desde unos contenedores de basura, surge
un gato que se cruza ante mí. Es un felino escuálido, al que su piel blanca,
hace parecer más fantasmal aún. Al sentirse a salvo, ya en la acera, se sienta
solemne a verme pasar. Solo…
Canta el gallo, hoy no sé si por
casualidad, ningún rival del corral lo secunda, en ese instante me percato de
que, en los quinientos metros, aproximadamente, que llevo recorrido, no me he
cruzado con ningún ser humano. Ya próxima a mi lugar de llegada, allá en la
lejanía, bajando por la calle peatonal, diviso a un ser caminando, que debido a
la distancia, más parece una sombra… Solos…
Y al llegar a destino, pienso y me digo: soledad, hoy
es tu día, toma mi mano…
© Trini Reina
29 de marzo de 2007
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