Pasa la tarde arrastrando sus sandalias grises. Llueve, y
eso no nos extraña ya en esta tierra, de donde se ha exiliado la sequía. Dicen
que alguna vez nos hostigaban los anticiclones, pero la memoria es delgada en
ocasiones y parece que nos nacimos en la tormenta.
Crepita
el silencio, si exceptuamos el rachear de las ruedas de los coches sobre el
asfalto desbordado, y ese sonido me sirve de acompañamiento, mientras leo, voz
a media altura, poemas de Ángel González.
Allá,
traspasada mi ventana, los pajarillos, acaso gorriones, reservan sus alas
empapadas de la intemperie (aunque difícilmente lo consigan), y cruzan el cielo
otras aves más audaces, en pos de las marismas.
Alguien
sale desde su casa a la escalera, dando un portazo, y baja a saltos, de dos en
dos, los escalones, rasgando así la momentánea serenidad que me mecía.
©Trini Reina/Marzo
2010
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