Imagen de Guilherme Gomes en Pixabay
Los ojos no cedieron sus lágrimas,
aridez abrasando las pupilas.
El orgullo, prendido de un hilo,
devastado por la cruda partida.
Bebió de un trago su angustia,
sin fútil reproche enrostrado,
se embriagó de desesperos,
prohibidos los verbos suplicados.
Mudos los conatos de ira,
labios de puro amor sellados.
Lo dejó ir al entoldarse la tarde;
liberto marchó, maldita la hora.
Desperdigados tras de sí dejó
mantos y máscaras de sombras.
Suspendida la soledad en el aire,
raídas de ausencia las entrañas,
el corazón enlutado, las cortinas echadas.
La sangre, en las venas de adioses, cuajada.
©Trini Reina/2004
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