Obra de John William Godward
Cuando besaba
-hace tanto tiempo de esto-,
besaba con toda la boca
y en ocasiones,
por los labios, el corazón
y hasta el alma se le escapaban sin freno.
Sus pasos son breves, seguros, ligeros…
Y la música depende de los zapatos
con que acaricia el suelo:
bajos, brisas y espumas;
altos, retintines cascabeleros,
y el talle cimbreante,
como juncos al viento.
Nunca sonríe a medias.
Clara es su risa,
a borbotones,
con el rostro en pleno.
A menudo lo hace
y pareciera exhortar al universo,
como las campanillas alborozadas
de la espadaña del cielo.
Si en sus ojos divisas una lágrima,
diez, o un ciento, preocuparte no debes,
que son consecuencias del gozo
que está sintiendo.
Y Penélope huele…
a jazmines o a cerezos,
a hembra con los pies en la tierra,
a sensible mujer asida a sus sueños,
a pasión por la vida,
a claveles,
a indómito brezo…
A eso, a eso huele su cuerpo entero.
©Trini Reina
04/11/2007
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