Esta es la historia de Shanna, la que siempre tenía prisas.
¿Dónde iría esa muchacha? Anduvo por la vida oteándolo todo, y nunca vio nada. Qué premura padecía, era como si presagiase que la edad venía apurada.
¿Dónde iría esa muchacha? Anduvo por la vida oteándolo todo, y nunca vio nada. Qué premura padecía, era como si presagiase que la edad venía apurada.
Se apresuró a nacer antes de que tocasen diana, habló con anticipación de horarios, caminó entre la madrugada y el alba. Aún corría el invierno de su niñez cuando se sintió enamorada y dejó la adolescencia por los rincones herrumbrada.
La incipiente mujer, en un abrir y cerrar de ojos, en las manos vislumbró las arras y a la mañana siguiente en el pecho, un hijo de ella se alimentaba. Consideró normal lo que extraordinario se consideraba. Se creyó hembra madura, cuando verdes eran sus ramas.
Así galoparon los años, el reloj de una campana a otra saltaba, los minutos eran segundos, las semanas en horas pasaban. Y las estaciones, por el espacio se sucedían, de rutinas fraguadas.
Cierta noche no asomó la luna, las estrellas en sus cunas holgaban y el horizonte emergió mísero de alboradas.
Con pinzas inmundas el cangrejo de frente avanzaba.
Mas, cuando la vida mostraba su faz descarnada, se rebeló y ordenó a sus ojos despegar las pestañas. Juró saborear el futuro con avidez, de su mente colgó farolillos, el cuerpo ungió de esperanzas, bebió selectos caldos y lamió la miel más elaborada; se llenó el corazón de dicha y luchó con diez espadas, desdoblando la tozudez que poseía en el alma.
Rediviva, sermoneó a la existencia por el maratón que había corrido y le dijo que, en adelante, a pasitos cortos vagara. Se abrió a las cosas bellas, beneficióse de las lecciones que aprendió de las cosas malvadas y, henchida de entusiasmo, reemprendió la marcha. Pero esta vez con el freno puesto, deslizándose como espuma por un airoso mar en calma.
©Trini Reina
17/04/2009
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