El patio encierra un hálito de fe que trasmina el espíritu, desde el instante en que cruzamos el arco de fragantes jazmines. Su empedrado está vencido por infinitud de pisadas y, sobre nosotros, las nubes peregrinas trazan una bóveda que jamás interrumpe sus cambios. En la fuente octogonal el agua cabriolea con el poniente. La musicalidad en movimiento, se enhebra a los sentidos. La melancolía juega a colonizar mi espíritu. Él solicita mi atención y momentáneamente huyo de ella, que queda agazapada, a la espera.
Entre las verdinegras hojas de la hiedra, surge un pasadizo, otrora desapercibido, y hacia allí nos encaminamos. Al traspasarlo, un beso de rosas se derrama en mi piel y, ante nuestros ojos, la rosaleda desviste y ofrenda la majestad de sus matices. El contraste entre los dos recintos propicia un repique de campanas por mis venas.
La melancolía retorna a mi lado, esta vez para empaparme, como arroyo aniñado. De repente, comprendo el sentido de mi viaje a este jardín monacal. Quería frecuentar los pasos que, antaño, tú transitaste.
Él se percata de la confusión que me abate y yo, pesarosa, rehuyo su mirada mientras acelero los pasos, clamando por la salida.
©Trini Reina
06/04/2009
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