Desde las cumbres invertidas de la distancia,
pájaros extraños cruzan la arboladura celeste
amenazando un paisaje provisorio.
Las alas sin sombra que arrastran,
peregrinos por las nubes de la anarquía,
amplían la turbiedad de los infiernos.
Por el espanto -agraz espina- y el cansancio
te dejas acunar en el vértigo del augurio.
Acaso el final esté aconteciendo. Acaso el final.
Paladeas la sangre -escarcha que no conmueve-
y maldices las venas de esparto de tu condena.
Despiadada, la voluntad te hace vacilar y levantarte,
para caer de golpe y bocabajo sobre la arena
confiriendo pleitesía a la derrota,
cuando la noche, ya, se sucede en vano.
No te confíes, ni siquiera ese vacío te pertenece.
Sólo aquellas bestezuelas sin sombras
sabrán de los ángeles que te vendieron.