¿Qué hacía ella allí? En aquél patio de vecinos semivacío,
acompañando a aquella anciana casi ciega, sin nada que decir y ansiando volver
a su casa; con sus muñecas acaso, con sus cuadernos quizá, con su retraimiento
seguramente. ¿Dónde estaban los novios que tenía que “guardar”? La habían
dejado allí, a la sombra de la abuelita, y marchado a algún asunto, ahora
olvidado tras la cortina de los años.
Sintió cómo la incertidumbre galopaba por sus arterias y el
silencio erigió un panel en su garganta ¿O era obra de las lágrimas reprimidas?
Permaneció allí, sentada en una sillita baja de enea, acompañando a la viejita,
tan muda como ella, en medio del gran patio. Al menos, a sus diez años, lo
percibía kilométrico.
La anciana abandonó su hamaca y entró a la casa. Trasteó a
tientas por ella y encendió la televisión, luego marchó hasta la mínima
cocinilla y allí se quedó. Desde el patio, aunque no se veía, sí escuchaba el
Telediario de la noche. Hablaban de que el hombre había puesto, por primera
vez, un pie en la luna…
La niña, entonces, elevó sus asoleados ojos al cielo nítido
de julio y allí, serena, irradiaba Selene ¿Fue la primera vez que tuvo plena
conciencia de ella? Nunca la había mirado con tanta profundidad y anhelo.
Distinguía sus manchas, montañas, le parecían tan distante y minúscula. Por
primera vez en esa tarde-noche, no se sintió fuera de lugar y perdió la
sensación de desamparo, mientras buscaba al hombre que paseaba por la luna, con
la esperanza de divisarlo, desde la oscura planicie del patio.
©Trini Reina/Julio de 2009