En principio fue tu corazón el que, voluntariamente, se arrojó al abismo de la ausencia. Y luego, a dolor lento, he ido perdiendo todo de ti.
Los fugaces amagos de pasión que, por error, me brindaste se tornaron nebulosos y tu imagen se volvió sepia para anular, en mi retentiva, cualquier aire de tu rostro.
Las letras se desarticularon hasta perder sentido y desvanecerse de tus amarillentas cartas. Las promesas se licuaron, como fugitiva nieve al sol, y enmohecida, al fin, agonizó la esperanza.
No me queda nada de ti. Ya se ahogó tu mirada en el agua de mi espejo y el tiempo apagó la pálida luz de tu risa; inclusive el recuerdo, que como oro protegí, en ese lugar de mi alma a tu amor reservado, se ha convertido en plomo o, al menos, tan poco vale; y como tal pesa.
©Trini Reina
26/05/2008
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