22 de julio de 2025

Tránsitos


Rodeada de un jardín que frecuentó mejores primaveras, la casa vacía gime, como Julieta rechazada.

Crepitan los guijarros de la entrada, desacostumbrados al peso de los pasos, y protestan los goznes en la puerta enmohecida. Un hálito viciado recibe a quién un día fue dueño de las llaves. Desde fuera, las ajadas ventanas, sin la caricia de los visillos, semejan cuencas ciegas. Se percibe el dolor de las paredes, gritos que nunca descifraremos, y la huella que dejaron los espejos expoliados, la mirada martiriza.

Agazapada en el raído sofá, dormita la soledad, cansada de su reinado sempiterno. Sobre la destartalada mesa, los papeles amarillentos nos cuentan una historia apulgarada.
En el dormitorio los sueños se desperezan sobre el esqueleto de la cama y al antiguo morador, al presagiarlo, le crujen de humedad los huesos.

El sol penetra a través de las lágrimas de los cristales y las sombras se persiguen, tropezando en los rincones... desquiciadas.
Las arañas hilan encajes en las destartaladas aspas de la lámpara y fundidas, las bombillas, emulan estrellas muertas.

En el aire, un leve aroma de consumidos tiempos, la estela de amores gozados y destruidos, un reverberar de niños apurando la infancia; el eco de voces y risas que emanan desde las entrañas del pasado.

Por los pasillos desfila la ausencia, tocada de pardo velo.

Él transita cada espacio memorable, sus dedos se demoran en los tabiques desconchados y los recuerdos se desfondan en cascadas. El polvo lo envuelve todo y en el corazón exiliado de quién con nostalgia lo contempla, la sangre, por un instante, se torna ceniza.

©Trini Reina
01/09/2008

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