Aliada con tu silencio,
mi lengua calzó cadenas a las palabras
que, reverentes,
se precipitaron al arca de la nada.
Internamente,
algo insondable gritaba:
“Ve hacia él.
Que sea tu música quien abra
su ausencia de agua.”
La voluntad,
columna pétrea.
Bajo los pies,
veredas alucinadas.
En el corazón,
una mano muda
derramó satén y escarcha.
¡Qué orgullo omnipotente!
¡Qué lasitud impregnando mis alas!
¡Qué perturbado propósito!
¡Qué pobreza, mis venas quemadas!
El martillo del hastío
-materia desangelada-
clavó el desarraigo,
en la falla de mi garganta.
©Trini Reina
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