4 de mayo de 2018

La vida a plazos...

Que sí, que puede que el ascensor se desplome y quede tu cuerpo como el país de un abanico. Que nunca se está a salvo de que algún desdichado, fardando de lata, pise de improviso el acelerador, o que una esquina antes haya burlado un control  de alcoholemia de improbable superación; o que una ventisca espontánea derribe un tiesto siete plantas más arriba y te corone de flores la testa y el sepelio.
Que sí, que no se está libre de que te desvalijen la cartera y la vida, ni de que un infarto decida, después de tanta batalla, de golpe fulminarte.
Pero hoy es imposible controlar esa pelea de gallos en la barriga,
ni borrar con maquillaje el amarillo sin sol del semblante, ni obviar el miedo, que se arrellana a sus anchas en el palco de las pupilas.

Y de golpe, el silencio, la quietud reconquistando los órganos, el inexplicable júbilo de los enfermos cuando le prolongan los plazos.

...Y sales por aquella puerta,
y la entornas,
y dejas atrás camillas,
batas inmaculadas,
murmullos,
el pánico maniatado de los que esperan,
la voluntaria que ofrece café o caramelos
para endulzar la incertidumbre
y entonar la confianza.

Y subes
-rediviva-,
las escaleras,
como si de espuma se tratara.
Y sales a la calle.
Sales a la calle
 y recuerdas respirar…

©Trini Reina/diciembre 2011

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